miércoles, 8 de febrero de 2017

Ejercicio




A la inversa que en la húmedas villas del norte, bien provistas de soportales, en Madrid, instalada en pleno subdesierto, cuando llueve la ciudad se sacude el agua como un perro friolero y lo inunda todo. Una de esas desapacibles tardes, el profesor les pide a sus alumnos que elijan diez palabras que en una catástrofe natural consideren indispensables para comunicarse y poder sobrevivir. El resto del tiempo de la clase, los alumnos que al principio consideraban el asunto bien sencillo, ven que no lo es tanto, van descartando palabras, sustituyéndolas por otras; y en fin, cuando suena el timbre ninguno ha completado la lista. Se les puso completarla como tarea para casa.

Al día siguiente el profesor les pide que lean las palabras. Una compañera mía que tenía por bobalicona dice: comida, agua, casa, nosotros, ustedes, amistad, alegría, tristeza…; era casi idéntica a las mía. Otra añadió vestido y otra padres. Mis compañeros siguieron leyendo, la lista varió poco: dolor, medicina, dinero, miedo.

Cuando me llegó el turno me negué a sumarme al rebaño e improvisé: nada, todo, rescate, peligro, perdón, renunciar, sereno, doméstico, salvaje, animal. El profesor me miró con una mirada que no supe descifrar.

El profesor había ido escribiendo en la pizarra las palabras que leíamos, marcando con cruces todas las que se repetían; las mías quedaron huérfanas en un lateral de la pizarra. Cuando acabó, se dio la vuelta y dijo: “les felicito. De esto trata el lenguaje, de comunicarse con eficacia; ustedes han improvisado un repertorio excelente para sobrevivir, menos Guillermo, —y me miró—, tienen todos ustedes dos puntos más en la nota del trimestre. Guillermo, quédate” Supuse que me había pasado de listo y que iba a suspenderme.

Cuando nos quedamos solos me anunció que tenía un diez. ¿Por qué?, le pregunté. “Bueno —me respondió—, tú sabrás lo que te resulta indispensable para sobrevivir, pero el lenguaje es algo más, en literatura se buscan lenguajes propios, rupturas, y tú lo lograste”. Me dio una palmada en el hombro y salió él primero de clase mientras yo recogía mis bártulos.

Como muchos que llegamos a la enseñanza superior, hasta el doctorado, he tenido multiples profesores, pero muy pocos maestros; este fue uno de esos pocos. Cuando acabó el curso, ese mismo profesor me regaló el viejo ejemplar que aún conservo de Una temporada en el infierno, de Rimbaud. Entendí que sobrevivir es una palabra tan ambigua como todas. No volví a ver a ese profesor; al año siguiente se había marchado del instituto, así que también aprendí que la vida es una sucesión de despedidas y que si terminas arrepintiéndote de algo es más bien de lo que no haces, no de lo que haces. Sigo sin sumarme al rebaño, pero no soy exactamente un escritor.



(Basado en un hecho real)

5 comentarios:

  1. No era necesario que lo indicaras, se ajusta a tus ideas. Jamás me ha ocurrido algo parecido, aunque era el ojito derecho de varios profesores, más que nada porque cuando destaco, lo hago más por entusiasmo por un tema que por la opinión difusa del prójimo.

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    1. Amigo tiempo otoño libro desnudez lluvia vergüenza lapiz

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  2. ¿El ejercicio consistía en encontrar las palabras necesarias para sobrevivir a la catástrofe natural, o en encontrar las palabras necesarias para sobrevivir en clase?

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    1. Buena pregunta, aunque sea retórica. Evidentemente las dos supervivencias coinciden en este caso. (Pero al tal Guillermo creo que le importaba un bledo sobrevivir si eso implicaba ampararse en la masa)

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    2. Justo, esa era la impresión que me daba. Que Guillermo tenía ideas propias acerca de lo que significa "sobrevivir". Bien por él.

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Ansío los comentarios.Muchas cabezas pueden pensar mejor que una, aunque esa una sea la mía