martes, 6 de febrero de 2018

Política en España; reflexiones deshilvanadas, desinhibidas y destiladas en el alambique de mi mala leche



A todos mis amigos y conocidos que contribuyeron modesta o heroicamente a instaurar el “Régimen del 78”, que hicieron política en el mejor sentido de la palabra y luego, pudiendo o no,  no quisieron hacer de ella su profesión. Un privilegio haberos conocido.






«La definición aristotélica del hombre como zôon politikon no sólo no guardaba relación, sino que se oponía a la asociación natural experimentada en la vida familiar; únicamente se la puede entender por completo si añadimos su segunda definición del hombre como zôon logon ekhon (“ser vivo capaz de discurso”).[...]. En sus dos definiciones más famosas, Aristóteles únicamente formuló la opinión corriente de la polis sobre el hombre y la forma de vida política y, según esta opinión, todo el que estaba fuera de la polis –esclavos y bárbaros– era aneu logou, desprovisto, claro está, no de la facultad de discurso, sino de una forma de vida en la que el discurso y sólo éste tenía sentido y donde la preocupación primera de los ciudadanos era hablar entre ellos».
Hannah Arendt, La condición humana (el subrayado es mío)

Os diré lo que da pena y es de pena en España. Ser español. Y si además de español eres catalán ni te cuento. Enseguida me explico. Miro a mi alrededor y no me reconozco entre tantos de mis compatriotas; alzo la vista arriba, hacia el poder, y tengo que vomitar. De momento, quedémonos con esa sensación, vaga o no tanto, de ser esclavos o bárbaros expulsados de la polis; y qué bien que lo cuenta Hannah (sin sus hermanas). Pero antes pido perdón de antemano, no sigáis leyendo si aspiráis a una organización sistemática. Estas son unas deshilachadas reflexiones que me suscita el pésimo panorama político en España. En otros sitios están peor, y la prueba es que muchos quieren venir aquí; en otros sitios están mejor, y la prueba está en que sólo vienen de turistas. 

La política, femenino singularque me disculpen, o no, las feministas ultrajadas/bles, es una prostituta que no contrato sino que se me impone y una gran dama de la que no puedo ni debo ni quiero prescindir. No ofrezco soluciones, salvo una, quizás enloquecida; sólo un triste diagnóstico, que es por donde hay que empezar toda curación. Y advierto que de forma genérica no dejaré de llamar democracia a la nuestra por mala que sea (¡Régimen del 78, qué sabrás tú chiquillo!), pero reconozco debilitadas y endebles a nuestras instituciones; mediocres, veniales y banales a nuestros políticos y —algo que se evita mencionar por razones obvias por los anteriores— ignaros manifiestamente mejorables a mis conciudadanos. 

Qué sonrojo esas previsibles votaciones atentos a la orden, esos unánimes aplausos tan predecibles como los de los concursos de la tele. Esas vergonzosas adhesiones inquebrantables. Guy Debord lo denominó la Sociedad de Espectáculo. Pues entonces, por favor, dennos un buen espectáculo, respétennos al menos como espectadores que hemos pagado entrada y además no podemos mirar hacia otro lado. Nos afecta. Y ya puestos a no ser egoístas y a mejorar la democracia en todo el mundo y de todo el mundo, yo reclamo mi derecho, y el de tantos como yo, a votar en las presidenciales de Estados Unidos y, más modesta pero relevantemente, en las autonómicas y referéndums de Cataluña. ¡Yo quiero votar: denme la oportunidad de hacerlo! Pero ofrézcanme escenarios y opciones de interés. Más de lo mismo me quita el apetito.

Cuando veo los problemas políticos que nos asedian en España no miro a Suecia o a Dinamarca. Eso sería como ser cojo e intentar compararse con Usain Bolt o rematadamente feo y hacerlo con George Clooney. Lo hago con Italia, nuestra hermanita estilosa, que siempre ha tenido instituciones débiles, pero partidos fuertes, como su brutal Democracia Cristiana, y su resistente y correoso PCI (hasta que llegó su hora, hace relativamente poco). España en cambio, a pesar de su salida triunfante de una dictadura o quizás debido a eso, ha tenido y desgraciadamente aún tiene instituciones débiles, tribunales de cuentas y órganos de intervención de risa, fiscales y jueces con más talento para ser correas de transmisión de los partidos que para elevarse como brazos dignos de un poder independiente; una hacienda pública acostumbrada a darnos latigazos a los de abajo y besitos a los muy ricos; unos sindicatos groguis como boxeadores sonados a los que les llueven hostias desde dentro y desde fuera hasta el punto que los más aviesos dicen que habría que suprimirlos (la trinchera se desmorona, sí, pero es la última frente al tanque capitalista que se aproxima) y un frustrante y doloroso etcétera. 

Eso, y no sólo votar cada fin de semana en orinales, cubos de basura y barreños improvisados donde rezan los soberanistas catalanes, tan piadosamente demócratas, es lo que confiere calidad a una democracia. Como tampoco basta el respeto a las leyes (además, en España la única ley interiorizada por casi todos es la de la gravitación social: dar patadas hacia abajo, codazos a los lados y lamer culos hacia arriba), como proclama la otra parte enfrentada, el Gobierno de España, más precisamente el PP, sino la existencia de contrapesos eficaces a esos poderes ejecutivos y legislativos y ya que estamos, judiciales y hasta empresariales “bien relacionados” con el poder, hablando en plata, corruptores. Ahora Italia ya no tiene ni siquiera partidos fuertes, como España; mal de muchos, consuelos de bobos.

Allí tienen a Beppe Grillo, un payaso interesante, pero un payaso. Que los bufones sustituyan a los monarcas no garantiza el bienestar de los súbditos y el buen gobierno, simplemente no notaríamos la diferencia. Aquí tenemos a los dos nuevos partidos que han roto con la monotonía frustrante del bipartidismo consuetudinario. No sé qué parte, qué porcentaje aproximado del éxito de Ciudadanos se debe al fracaso del PP, y en menor medida del PSOE, y qué parte a sus méritos propios que yo personalmente no advierto. Como no sé qué parte del éxito inicial de Podemos (de ilusión también se vive, pero no para siempre, chicos), éste ya más bien conjugado en pasado próximo, si existe ese tiempo verbal, se debe o debió al momificado PSOE y al eterno marginal IU. Al experimentado PP, fracasado de éxito, invulnerable ante sus empecinados votantes, que son tales para cuáles, aunque esté lógica pero cínicamente de moda halagar a los mismos, vacunados de la corrupción inoculádose en el día a día corrupción chiquitita, IVA mediante, siguiendo el dictado de Oscar Wilde de que la mejor forma de luchar contra los vicios es caer en ellos, a mí nunca me ha preocupado tanto la existencia política de un Aznar, pongamos por horrendo caso, como el increíble respaldo de sus obcecados millones de votantes, sólo le queda aguardar a que Cs fracase por sus propios "méritos". Lo mismo al PSOE con Podemos. De Izquierda Unida, como de sus fraternos italianos del PCI, nada qué decir, salvo reconocerles su honroso pasado y que no hay peor enemigo que uno mismo. 

Los nuevos partidos, Ciudadanos y Podemos y sus mareas y alianzas diversas, han conseguido insuflar cierta ventilación en el ambiente enranciado del bipartidismo español, pero ellos mismos rápidamente y quizás para sorpresa de los más lúcidos, se han convertido en casta, en clase privilegiada de los políticos, porque desde siempre, desde los albores de nuestra civilización y cultura, desde Maquiavelo, y aún antes desde Aristóteles, lo viejo en política regresa una y otra vez. Ellos son ya viejos, tal y como ellos definieron viejo. Y como dejó dicho el genial Nicanor Parra, recientemente fallecido, la izquierda y la derecha unidas jamás serán vencidas. Sobre todo si la autodenominada izquierda se dedica a reinventar, o al menos a confraternizar con los nacionalismos del XIX y a olvidar los internacionalismos del mismo siglo, a reivindicar derechos laterales y obviar deberes centrales, a resaltar lo que nos diferencia en vez de lo que nos une, generando nuevas/viejas formas de censura y jugando a lo políticamente correcto, maltratando a la pobre gramática y demás chuminadas por el estilo. Dado que la derecha, según mi firme convicción es intrínsecamente malvada e hipócrita, pero no tonta, la izquierda nunca debería ser gilipollas ni apática. Porque los votantes de izquierdas sí que castigamos a los "nuestros", al reves que la derecha a la que unen más los intereses que las ideas.

Obviamente urge una reforma electoral, pero no me refiero a la que ahora reclaman los que antes se beneficiaron de anteriores formas poco justas. Primar a los ciudadanos sobre los territorios, es decir, sin salir de Cataluña, dar igual peso al voto de un barcelonés de la ciudad que al de un leridano del campo, es a mi modo de ver de justicia  y de paso una forma de evitar —tontadas taberniales al margenlo que predijo Larra: «Aquí yace media España, murió de la otra media». Pero yo no me refiero aquí a eso. Me refiero a implantar el voto negativo. Desde que tengo derecho a votar acompañado de uso de razón, siempre he votado contra algo, y así a veces he votado al PSOE como el mal llamado voto útil para votar contra el PP. Llámame tonto y ni siquiera me des pan. Lo único que propongo ahora, —como me lo viene sugiriendo mi amigo Angelito desde hace tiempo— es crear directamente el voto negativo. Si, por ejemplo, y es un ejemplo muy real, estoy harto del PP, no voto al PSOE, que también me tiene harto, sino que le quito un voto (o se lo doy negativo) al PP sin necesidad de dárselo positivo al PSOE que tampoco se lo merece. El único problema, si es que lo es, es que algún partido puede que terminara el recuento en negativo y entonces en lugar de nombrar un diputado habría que... ¿qué? Esta sería una fórmula para corregir ese abuso de la estadística que decía Borges de la democracia. Por supuesto, en una segunda vuelta, que se haría imprescindible para conseguir parlamentarios y presidente, no se podrían presentar los candidatos que hubieran tenido recuentos negativos.

Todos los derechos —niños y mayores, repitan conmigo— llevan aparejados deberes, como debe ser si no queremos comportarnos como exigentes adolescentes malcriados y enfurruñados, sino como adultos impecables y cívicos ciudadanos, valga la gloriosa redundancia. Deberes que atañen en primer lugar a los dirigentes políticos. Por ejemplo, reclamar derechos los políticos fugados no es de recibo sino van acompañados de deberes, empezando por el deber de acatar las leyes como todo hijo de vecino. Todo cargo electo tiene el derecho a ocupar su escaño o el asiento que toque, pero el deber de intentar cumplir sinceramente sus promesas y de paso, y ya que están donde están, donde les hemos colocado, no robar dinero público. Puede, si se atreve, robar dinero privado, el que no es de todos sino de alguien, como cualquier chorizo o robagallinas, renunciando, como estos, lógicamente a la impunidad. (La impunidad ostensible y hasta ostentosa de tanto poderoso es otra de nuestras más graves asignaturas pendientes e incluso pertinaces en la que siempre suspendemos, como nuestros estudiantes en las pruebas de lenguaje o de habilidad matemática. No creo que los pulcros y respetuosos suizos, verbi gracia, sean mejores en todo que nosotros, en algunos aspectos estoy seguro de que hasta son peores, pero allí, el que la hace la paga; menos los banqueros que sostienen el tinglado llamado Suiza). En este país lo público se ignora y desprecia, desde el suelo público al dinero, de ahí que se burlen o soslayen las normas urbanísticas igual que a Hacienda, colocando uno o cien chalés en una vía pecuaria o llevándose el dinero  de todos nosotros a un paraíso fiscal. Dos casos de ese mencionado desprecio, el primero aún más grave, aunque no se perciba así, porque el dinero se puede reponer, pero el territorio usurpado y destrozado no. Casi es un problema de lógica o de metafísica, ya que aquí no se considera que lo público sea de todos, sino de nadie, es decir, del primer listo que llegue, se lo "encuentre" y, claro está, se lo quede.

El descredito de los partidos políticos, extensivo a los políticos, bien merecido a mi juicio, lleva aparejado un peligro tremendo, que es extenderlo también a la política, que hasta nos define como especie animal —y no hay tipo más reaccionario, más animalucho sin más, que un apolítico, que no descreído de la política. Y no, no podemos caer en eso, la política es demasiado importante para dejarla sólo en manos de esos mediocres profesionales. Por otra parte, no todos los políticos son iguales (la broma sería añadir, que los hay más iguales que otros). Pero la organización de los aparatos políticos, de los partidos, tan insustituibles en las democracias parlamentarias como manifiestamente mejorables, tienen dos vicios graves, ambos relacionados entre sí, la propensión al nepotismo frente a la meritocracia a la hora de promocionarse internamente y la disminución de la lealtad hacia sus electores frente a la lealtad al aparato que les coloca en dis-posición de ser elegidos. La meritocracia inversa, la plutocracia. Ambos aspectos, que suelen abordarse bajo la difusa receta de mayor democracia interna lo que suele dejar las cosas como ya estaban no nos puede impedir señalar diferencias relevantes entre los políticos, incluso esbozos de clasificaciones. Una evidente es que hay dos clases de políticos, los que solucionan problemas y los que los crean, abundando más, me temo, los segundos. Evidentemente, no suele darse el caso de políticos que crean problemas por el gusto de hacerlo, una suerte de agentes entrópicos, aunque a veces suceda por simple incompetencia, pero por lo general esos políticos generadores de problemas lo hacen porque consideran, acertada o erradamente, que eso les conviene a ellos o a sus partidos o a ambos. Bajo esta perspectiva se pueden entender muchas situaciones en España, por ejemplo y más concretamente con el problema catalán, y tanto desde un ‘lado’ como desde el otro.

Otra posible clasificación, que algunos propugnan abandonar por inoperante de forma, a mi juicio, apresurada, es la clásica de izquierdas y derechas. Curiosamente, y ni hace falta preguntarse por qué, nadie quiere reivindicarse de derechas, para eso se ha inventado esa difusa zona, atrayente para tanto navegante en política como un agujero negro, que se llama "Centro" Para mí está clara la distinción, incluso sirve como prueba o test para ver si una organización o persona o cosa que se reclama de izquierdas lo es realmente. La derecha es fácil de definir, con todas sus variantes desde el clásico conservadurismo al neoliberalismo ultracapitalista. La cultura política de derechas es aquella que considera los privilegios, incluida la impunidad, como un orden natural de la vida, como si se trataran de leyes naturales. Por eso no importa que la mujer del César sea honesta siempre que finja parecerlo. No es doble ni triple moral, es que tienen una para cada ocasión, como los vestidos de fiesta o como las convicciones de Groucho. Por tanto, poco se puede esperar que las cosas mejoren bajo su mandato para aquellos que carecen de tales privilegios, sean clases sociales trabajadoras o inmigrantes, tanto da, mujeres o niños pobres. Ellos sustituirán la justicia social y equitativa y la igualdad de oportunidades por caridad, que siempre es graciable y optativa. 

La última vez que voté lo hice en un Instituto de Enseñanza Media de mi barrio y me encontré en una papelera un ejemplar de una buena edición de La Cartuja de Parma. Por una vez no salí con la sensación de haber perdido la mañana. Pobres de nosotros, votantes; por un lado tenemos lo que nos merecemos, o lo que merece una mayoría y el resto lo padecemos como un abuso de la estadística, como dijo Borges. Por otro lado, lamentablemente, sólo muy de tarde en tarde nace un Nelson Mandela. El resto es la unánime mediocridad, quizás no mayor que la del gremio de los panaderos, pongamos por caso de interés, pero más relevante para todos. Un buen pan puede costar encontrarlo, un mal político siempre te encuentra a ti, tropieza contigo y te arrolla o se te pega, como cualquier parásito.

8 comentarios:

  1. Pues sí, la falta de discurso que menciona Hannah Arendt es otro problema. Que la izquierda se balcanice con tanta facilidad sólo contribuye a crear un efecto eco en el que no se dialoga. Y para vencer en las urnas es necesario convencer al votante.

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    1. Parte del problema creo yo que está en que hay una enorme cantidad de votantes a los que no es necesario -ni posible- convencer de nada, vienen ya convencidos de casa. Vence en las urnas quien convence a una relativamente pequeña parte de votantes, que fluctúa sobrenadando los grandes depósitos asentados e inamovibles de votantes de "su" partido de toda la vida, esos a los que les da lo mismo la corrupción del PP o las pifias del PSOE, esos a los que no hay manera de convencer de nada, ni de sacarlos de los arraigados reflejos instintivos que creen sus convicciones.

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    2. Tanto tiempo de mala educación, tan interesante para el poder político, conduce a esas empecinadas masas de votantes a corruptos o ineptos. Ya digo que la ciudadanía de este país, y no solo sus políticos, deja mucho que desear

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  2. Tus deshilachadas reflexiones son tan certeras, tan densas y tan cargadas de implicaciones que para comentarlas adecuadamente tendría que escribir otro post. Como eso está muy feo, y además serviría solo, en el mejor de los casos, para volver a decir lo que tú ya has dicho mejor, me limito a proclamar mi acuerdo casi al 100% y a apuntar algunos comentarios sueltos.

    Muy oportuna la reconvención del segundo párrafo a los “chiquillos” que se permiten ningunear nuestra democracia con la expresión, que pretenden peyorativa, de “régimen del 78”. Me gustaría saber qué hubieran hecho ellos en el lugar de quienes se inventaron (¿nos inventamos? Al menos permitimos que inventaran) ese denostado “régimen”, y con qué proponen sustituirlo. Bueno, en realidad no, no creo que me gustara.

    La riña a la izquierda por sus coqueteos con el nacionalismo y por las estupideces en las que se entretiene a falta de ideas serias es muy necesaria. Nunca la reñiremos por todo ello el suficiente número de veces, por muchas que la riñamos. Porque, desgraciadamente en mi opinión, somos pocos los votantes de izquierda que castigamos a los “nuestros” por estas peligrosas y apáticas gilipolleces, y demasiados los que se las celebran como si fueran la tarea natural de la izquierda y el camino a seguir.

    Tengo que darle alguna vuelta más a la idea del voto negativo. De entrada parece satisfactorio, pero impracticable. Pensándolo mejor, a lo mejor no es tan impracticable. Entre tanto, la reforma más urgente, aunque menos de fondo, es sin duda la de hacer que todos los votos valgan más o menos lo mismo, de lo que ahora mismo estamos realmente lejos.

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    1. Gracias.

      Yo también le ando dando vueltas a la idea del voto negativo. Ojalá le dé por comentar a mi amigo Angelito y nos lo aclare, por eso yo he añadido lo de una segunda vuelta eliminando a los que han obtenido sumatorios en negativo

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    2. Se me ocurre que si todos los votantes del PP optaran por dar un voto negativo al PSOE, o a Podemos, o a Ciudadanos, en vez de uno positivo al suyo; y todos los de PSOE, por votar negativamente al PP, o a Ciudadanos, o a Podemos; y así siguiendo, todos los partidos obtendrían sumatorios en negativo, mayores o menores pero todos negativos, y habría que eliminarlos a todos. Bien mirado, es un atractivo más del asunto, pero en la práctica lo haría difícil de manejar...

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    3. Podrían asignarse los escaños en proporción al número de votantes que NO ha votado en contra de cada partido... Tengo que darle vueltas, insisto.

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    4. Pues sí. Serían unas elecciones muy destroyer, probablemente las que se merecen. Imagina a todos los no independentistas catalanes quitándoles votos a los candidatos independentistas y a los votantes independentistas haciendo cábalas de que sería mejor, sí votar a sus candidatos acribillados a votos negativos o dar votos negativos a los soberanistas. Sería divertido y, probablemente inviable.

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Ansío los comentarios.Muchas cabezas pueden pensar mejor que una, aunque esa una sea la mía