viernes, 30 de marzo de 2018

Un hermoso falso tapiz y una hermosa falsa nación: Girona Trail





Je ne fais pourtant de tort à personne

En n'écoutant pas le clairon qui sonne

La mauvaise reputatión, George Brassens



En el mundo pues no hay mayor pecado
Que el de no seguir al abanderado”
La mala reputación, versión de Paco Ibáñez


Cataluña no es una nación, sino un rincón eternamente victimista (a pesar de haber sido favorecido a menudo) de nuestra Península; al igual que Israel tampoco se comporta como es esperable en una nación que en cambio tiene todos los papeles ante la ONU, sino como una milicia armada. Francia sí; Alemania también (a veces por desgracia), hasta España o El Perú son naciones y no le veo la ventaja a eso, porque yo creo, aclaro, que toda nación es una nación de mierda, las banderas incómodas sustitutas del papel higiénico y los himnos mala música que no sólo no me enardecen sino que me ensordecen y si me hacen levantar, como en la canción de Brassens y en la versión de Paco Ibáñez, es sólo para cerrar las ventanas y volverme a la cama. Oigo a un prestigioso corresponsal extranjero que no hay buen periodismo sin preguntas. Por supuesto tampoco hay ciencia sin preguntas ni verdadero conocimiento de cualquier tipo sin preguntas. Pero el nacionalismo no tiene preguntas, sólo certezas, casi siempre falsas o manipuladas, por tanto, no es parte de ningún saber, sólo contiene emociones en flagrante contraste con las del resto del mundo, no es sino una pulsión exclusivista.

Dicen que sólo el de Bayeux, o Tapiz de la Reina Matilde, se le puede comparar. Probablemente sirvió de baldaquino en el altar, aunque otros piensan que lo hizo de alfombra en el concilio celebrado en esa ciudad en 1097. Hoy está expuesto en el museo capitular de la misma catedral. Sobre un fondo de lana de color terracota, discurren hilos bordados de color azul, celeste y marino, rojo, verde, amarillo y fibras de lino blanco. Representa tres ciclos o relatos, el del Génesis, que le da nombre, presidido por un Pantocrátor, el ciclo de los elementos cósmicos y el ciclo narrativo de la leyenda de la Vera Cruz de Santa Elena; se supone que los tres reflejan la salvación como propósito humano. Encima del Pantocrátor se representa, por así decir, los primeros minutos del Universo, cuando el hombre aún no había sido creado, la separación del cielo y las aguas y todo lo siguiente. Jesús está representado por un hombre muy joven y sin barba. También están en los bordes los cuatro vientos principales representados por jóvenes con alas en la espalda y los pies, a la manera romana, aunque oí al típico pomposo erudito (ma non troppo) espontáneo que compartía con nosotros la visita, que eran ángeles Cualquiera se lo discutía, sobre todo porque se andaba luciendo ante unas entregadas jovencitas. También están los meses del año en las franjas laterales, la luna, el sol. Y en la franja inferior Elena de Constantinopla habla con los judíos en Jerusalén mientras uno de ellos busca la Cruz y encuentra… tres (¿cuál será la buena?). La joven guía insistía entonces en explicarnos el asunto en catalán a los dos únicos visitantes que quedábamos, P y yo, cuando era evidente que éramos castellanoparlantes. Así que nos pusimos a hablarle en inglés y cuando ella azorada regresó a la cordura la explicamos que simplemente estábamos buscando un idioma como medio de comunicación común a los tres. El Tapiz de la Creación que atesora la catedral de la ciudad hoy más xenófoba de España, con permiso de algunas poblaciones de la Almería costera pero profunda de los invernaderos, no es un tapiz, sino un exquisito lienzo bordado, románico del siglo XI, de casi quince metros cuadrados realizado con la técnica primorosa conocida como pintura a la aguja (acu pictae). Un trabajo tan delicado como de colores intensos, creado para ilustrar teológicamente a una población por entonces mayoritariamente iletrada o analfabeta, como lo es funcionalmente la del cincuenta por ciento de los catalanes más gritones de ahora, sólo que sus dogmáticos agitadores no crean belleza, me parece. 

Lo he contado en otra ocasión; a finales del verano de 2014 fui en coche a Dover en busca de mi entonces mujer y mi perra y tras cruzar el estrecho correspondiente desembarcamos en un Calais alterado de inmigrantes desesperados y cruzamos en diagonal la dulce Francia hasta la Provenza y tras un poco de turismo atravesamos la frontera para arribar a Gerona donde P tenía un congreso, pero no sin antes visitar la catedral y buscar el Tapiz de La creación del mundo. Para mí y para muchos gozadores hay un triunvirato de bella vida, o de vita bella o de vita beata, formado en el suroeste de Europa, por la Toscana italiana, la Provenza francesa y el Ampurdán catalán y español. Un triángulo de belleza y del buen saber vivir. Pero al llegar ilusionados a la hermosa Gerona (no escribo Girona porque no lo estoy haciendo en catalán, como no escribo London salvo que lo haga en inglés), después de una estancia prolongada en Inglaterra y una grata travesía por Francia, por primera vez nos sentimos extranjeros y mal recibidos. Cuando hablar castellano en Cataluña se convirtió en un problema dejé de sentir afecto y respeto por el camino que había emprendido tantos, demasiados, catalanes. Como los fanfarrones, aunque éstos tengan en su haber verdaderos logros, el que los magnifiquen grandilocuentemente hace que pierdan todo su valor, sobre todo si desprecian los de sus vecinos. Cataluña ha perdido oxígeno, se ha hecho irrespirable, sobre todo en las zonas rurales, antes tan gratas, y en las urbanas, antes tan cosmopolitas, a toque de alzamientos nacionales donde sólo faltan los curas con trabucos, que tanto temía con razón Goya, y los segadores con hoces, que de momento se quedan en los himnos.

Estos indignados catalanes tan jóvenes e ignorantes, son necios además, porque ignoran lo que ignoran, no saben que no saben y además, me temo, les importa un bledo (una suerte de acelga silvestre, Amaranthus retroflexus, que apenas alimenta ni da caldo). No saben que las revoluciones nacionalistas, todas, son involuciones, palos en las ruedas del único progreso político evidente: la abolición de fronteras y la nación humana como única aceptable y no indigna. Las peleas por los territorios, como bien sabían los barones del Medioevo, son también peleas por sus súbditos (y sus tributos y su trabajo), que no ciudadanos.

Entonces me aterró ver la bella ciudad plagada de banderas separatistas, igual me habrían aterrado las unionistas. Ahora me entristece su réplica en Madrid, con sus balcones llenos de banderas españolas que siempre he asociado a un régimen perjudicial aunque las de ahora sean constitucionales y sin el aguilucho. Sí, quizás lo que menos perdono del catalanismo separatista es que haya hecho resurgir el unionismo españolista, cuando mi patria son la gente de cualquier sitio y su territorio el que abarcan mis zapatos.

He perdido el afecto por Cataluña y sus catalanes más fervientes como lo perdí en su día de mi lejana infancia por los curas, que en el fondo vienen a ser lo mismo: fanáticos bienintencionados (los más, no todos), y todos sabemos que las buenas intenciones no bastan, hace falta lucidez, inteligencia para desarrollar la verdadera bondad, la que hace mejor la vida para todos. No, ya no quiero a los catalanes, al menos a su mitad más conspicua y vociferante. Pero no los deseo ningún mal ni ningún castigo. Sería como deseármelo a mí mismo.

 CODA

A veces lo que se ve como causas sólo son pretextos y las verdaderas causas, las eficientes que diría Aristóteles, están ocultas en intereses oscuros de naturaleza económica o directamente delictiva. Nacionalismo rancio es una redundancia, como lo es cloacas del Estado, puesto que todo Estado es una cloaca que evita que los humanos nos muramos entre nuestra mierda, contra lo que creía Rousseau y lo que temían mis admirados ácratas. Todas las guerras del pasado siglo en Europa, las dos llamadas mundiales y la más cercana y terrible de la extinta Yugoeslavia, han sido causadas por esta lepra xenófoba disfrazada de amor a la tierra (y desprecio de la ajena). La otra gran causus belli histórica es la religión. Dios y patria son malos inventos además de ya innecesarios, 'cuestan' demasiado para lo poco que hoy ofrecen. El tercer mal invento es el capitalismo, basado inexorablemente en el intercambio desigual: de trabajo frente a capital, de pobres frente a ricos, de hombres frente a mujeres, de unas generaciones frente a otras (incluso las aún no nacidas como en el caso del medio ambiente y el agotamiento de recursos), de unas regiones geopolíticas frente a otras. El expolio y finalmente un cuarto invento: las fronteras, permeables para ricos, dinero y productos; herméticas y peligrosas para millones de seres humanos. Por eso no sólo no creo en Dios sino que no creo en su necesidad, aunque entiendo la que existió en el acientífico y temeroso pasado para inventarnos una y otra vez uno o muchos a nuestra imagen y semejanza. No creo en las fronteras pero entiendo por qué existen, no creo en el capitalismo pero entiendo por qué existe y a veces cómo funciona, y al que tampoco le veo sustituto, pero sí imagino necesarias y urgentes sogas políticas con las que controlarle; no creo en las patrias, esos lugares tan simbólicos como reales donde aleatoriamente nacemos, pero ahí está el mapa del mundo, un puzle de colorines. El caso es que me entristece ver tantas ventanas con banderas, me da igual de qué bando; me entristece ver más iglesias que bibliotecas, me da igual de qué religión, porque estoy convencido (escuchad, yihadistas idiotas del mundo) que es más sagrada la tinta del sabio que la sangre del mártir; me entristece este mundo tan fascinante y a la vez tan aberrante, tan bello y tan mísero. Creo que ser tolerante, ateo, apátrida, culto y consciente de los privilegios propios es una de la maneras más honestas de estar instalado en el mundo, aunque no digo que sea la única, pero sí más coherente que ser independentista catalán neotrosquista y aliado de burguesones corruptos. Creo que los seres humanos nos hemos metido en un angosto camino desde hace siglos y no sé si es un callejón sin salida. En los callejones sin salida en realidad si hay una, obvia: retrocediendo, aunque nunca se recorre exactamente el mismo camino, de la misma forma que no se baña uno en el mismo río, como bien señaló Heráclito y tan mal se le entendió, porque no se trata sólo de que el agua fluye, sino de que nunca somos los mismos los que volvermos a bañarnos en ese río distinto y el mismo, distintos y los mismos nosotros. Todo cambia, nada permanece, salvo la estupidez que no varía su menú a lo largo de la Historia. Así que Panta Rhei y Carpe Diem.




lunes, 26 de marzo de 2018

Política criminal



Los irlandeses están locos, en sentido figurado —no te burles de la locura porque es peor que la muerte, decía  Rose, la adorada y loca hermana de Tennessee Williams—, como tantos españoles a los que me recuerdan. En el hueco de un muro de un pueblecito cercano a Drewsboro, la patria chica de mi admirada Edna O’Brien, hay una estatuilla de Stoney Brennan, un héroe local. Le han pintado las mejillas de colorete, rojo cárdeno si preferís, y colocado una colilla en los labios. No es falta de respeto, es cariñosa familiaridad. Stoney hacia política a favor de una Irlanda libre (o en contra, depende de a quién preguntes). Pero lo importante, lo relevante para mí es que fue ahorcado por los ingleses por robar un nabo.

La política es la forma que tienen las sociedades de resolver los conflictos entre sus ciudadanos. Pero no siempre, es más, casi nunca, esos conflictos se resuelven a favor de los más desfavorecidos, que lo siguen siendo a costa de los privilegiados. El desequilibrio se mantiene por una serie de razones, desde la falta de educación o de una cultura política inexistente o imperfecta de la ciudadanía, generada desde la escuela e incluso en los propios hogares, hasta coerciones de una justicia supuestamente independiente del resto de poderes legislativos y ejecutivos pero que actúa siempre dando latigazos hacia abajo y genuflexiones hacia arriba. Es la razón por la que no sólo trae más cuenta robar millones que una gallina, sino que las penas realmente que se cumplen son mayores en el segundo caso; la justicia no sólo es ciega, sino tendenciosa. Estas reglas del juego, este contrato social pervertido en mayor o menor grado según las sociedades se basa en el Intercambio Desigual, una regla de oro del embudo que opera tanto a nivel geopolítico entre países mal llamados pobres y ricos, o desarrollados y en vías de (antes subdesarrollados, pero imperan los eufemismos), como entre individuos dentro de las mismas sociedades o entre consumidores y productores, corporaciones y ciudadanos de a pie, etcétera. Incluso políticas completas de países como Israel, que se comporta más como una milicia armada (y acorralada) que como una nación moderna. La Desigualdad, como los gradientes del calor en termodinámica, son el motor del  mundo, la Ley de la Gravedad Social, sólo que en esta todo cae, por su propio peso… hacia arriba. Hablamos de una ‘ley’ social, justamente entrecomillada, por lo que las cosas no tienen por qué seguir sucediendo siempre así, pero así han sucedido siempre. 

Bien, admitido lo anterior, los casos extremos son útiles espejos deformantes de la realidad. No es exagerado considerar que Putin es un criminal, como lo es Trump, como lo es el presidente hereditario de Corea del Norte, Kim Jon-un. Pero también incluso y aunque parezca excesivo a algunos, como lo es Rajoy, si consideramos criminal en un sentido amplio por acción pero también por omisión —por ejemplo, por omisión del deber de socorro a los miles de desfavorecidos por el funcionamiento del sistema económico tolerado y hasta incentivado por el gobierno que preside y hasta la ideología que le ampara—. Por supuesto, no todos estos criminales son comparables, puesto que no lo son sus crímenes, como no lo es el ladrón de guante blanco del atracador, o el pequeño timador o el carterista del asesino en serie. Pero todos son criminales.

Otra posibilidad, no sé si más compasiva, pero quizás más ajustada a la realidad, es que todos estos mandatarios no son exactamente los criminales, pero son colaboradores necesarios de grandes criminales, incluso rehenes de grupos criminales o mafiosos, los verdaderos detentadores del poder con mayúsculas fácticas. Trump lo sería de los que le han aupado al poder y han subvencionado su campaña presidencial no sólo con dinero sino con presiones, trampas, coacciones y argucias; grupos petroleros y lobbies de presión. Igualmente Putin, un capo en manos de otros capos menos aparentes, como suele suceder. Aquí en España ese papel lo representaron en su día los bancos, hasta que se dieron cuenta que,  cautiva y desarmada, la socialdemocracia no representaba un peligro para sus privilegios y que su alternancia con la derecha de toda la vida (la vida anterior a la democracia, la vida de la dictadura) era deseable y hasta más estética. De manera que ahora son los grupos mediáticos, en manos de ideólogos de derechas salvo excepciones digitales o perseguidas, los que cumplen esa función desinformativa y antieducativa.

El voto leal, porque en todos los casos se simula una democracia que  en algunos casos existe, aunque harto imperfecta, es más bien un voto dependiente, clientelar (caciquismo de nuevo cuño) o hasta secuestrado, con todos los matices y grados, porque tampoco es lo mismo la obligatoria unanimidad despótica de Corea del Norte que el voto secuestrado de la Norteamérica profunda e ignorante (o profundamente ignorante) que sostiene a Trump; o, sin ir más lejos —para qué hacerlo— el empecinado voto a Rajoy y los suyos de millones de españoles entre los que es presumible se encuentren numerosos damnificados por ese capitalismo de amiguetes, ese privatizar lo que debería ser de todos y ese meter mano en los recursos públicos a Rajoy, ese clientelismo que no puede beneficiar a todos sus votantes. Unos votantes que se niegan a asumir las evidencias y prefieren optar por el miedo al cambio o a lo malo conocido, a uno de los suyos, como los gánsteres. En todos estos casos, y en otros como en Cuba, el enemigo exterior, real o inventado, sea Estados Unidos o la malvada España centralista, viene muy bien para estimular ese voto cautivo en democracias que lo son, pero harto engañadas. En política no existe la perfección y los experimentos que la han perseguido han acabado muy mal, así que las democracias, todas, son imperfectas, sobre todo porque los más imperfectos somos sus ciudadanos. Sin embargo, a éstos no se les suele acusar de nada, sino adular por todos, al igual que todo el mundo reclama derechos pero pocos mencionan los deberes correspondientes. Probablemente el mejor estímulo de los independentistas catalanes venga de Rajoy y el mejor incentivo para seguir votando al PP o a su sustituto Ciudadanos, venga de esa izquierda deslavazada que ya no puede, pero Podemos. Con el conflicto catalán se baten las poderosas armas de la semántica: que si hay presos políticos o que lo que hay simplemente es políticos que están presos, por delincuentes, y la diferencia es grande. Pero yo os aseguro que además y sobre todo hay políticos criminales. Esperemos que se limiten a robar gallinas. Tiene más castigo.

Ante una buena pinta de cerveza negra o tostada, el que suscribe es un anarquista de pura cepa, mis disculpas, pero in vino veritas.