jueves, 31 de mayo de 2018

La tribu exclusiva y los escarabajos



El reducionismo es el causante de los mayores éxitos del conocimiento científico; también de sus mayores limitaciones. Al observar que los escarabajos son el grupo zoológico más numeroso del reino animal, un biólogo señaló con relativista humor,  que Dios sentía una debilidad especial hacia los coleópteros. Algunas culturas de las llamadas primitivas, sólo han sido estudiadas por un único antropólogo. Al final uno duda si lo que leemos sobre esa tribu tan exclusiva es lo que la define o más bien define al científico que la estudió. Hoy en día estamos bastante convencidos de que las conclusiones de Freud sobre el papel de la libido infantil en nuestra psique dicen más del propio subconsciente del vienés que de una regularidad psicológica de los humanos. Y tenemos el principio de la física cuántica que señala al observador como inevitable alterador del fenómeno observado. Parece como si la pretensión de una objetividad suprema fuera inviable. Pero hay hechos, eso no lo podemos obviar. El hecho de que la Tierra gira en torno al Sol, el hecho de la gravitación universal, el hecho de las mareas influidas por la Luna, el hecho de que hay otros planetas junto al nuestro, el hecho de la evolución biológica y de la existencia de los gérmenes. Incluso hechos que no pueden reducirse a leyes físicas, ni siquiera biológicas, como el hecho de que el capitalismo termina premiando al acumulador de plusvalias y generando desigualdades, o el hecho de que las guerras de unos grupos humanos contra otros es consuetudinario a nuestra historia. Sin embargo, el número de especies distintas de coleópteros en las diversas zonas de la Tierra tiene poco que ver con la teología y está, sin embargo, más relacionada con el número de entomólogos dedicados a una zona concreta que con cualquier otro factor de índole física. Reconocer la existencia de un problema, de un motivo de observación, plantear adecuadamente una pregunta no sólo es el primer paso para obtener respuestas, sino el más esencial y a veces basta con eso. Podemos concluir que la ciencia es el método más eficiente para resolver problemas siempre que hagamos las preguntas adecuadas en los momentos precisos, pero que no es la única forma válida de conocimiento (yo aprendo más sobre la naturaleza humana con Shakespeare que con Jung o Freud) y que precisamente las formas más falaces de supuesta sabiduría son las que se disfrazan de ciencia, como antes lo hacían con la religión.

martes, 29 de mayo de 2018

Moral y economía




Quizás hayáis reparado en que todos los grandes economistas son o fueron moralistas, como Smith o como Marx, sin ir más lejos.En cambio, los escritores, por llamarles algo, de libros, por llamarlos algo, de autoayuda, son cualquier cosa menos una ayuda y tampoco son morales ni económicos. Escribir un libro no sólo malo sino nefasto, un Mein Kampf de andar por casa;plantar un árbol que seque el pozo de la comunidad en la que se asienta y tener un hijo que se convierta en un asesino en serie. En este lamentable, tristísimo caso, falló el azar, ese enorme cabrón que sólo sirve para que se arruinen los pobres que no saben matemáticas en los casinos o jugando a la lotería. No falló la moral paterna ni si me apuran la economía. El objeto de la moral es el mismo que el de la técnica: mejorar la vida, aunque a menudo la empeore, en ambos casos. Hay dos opciones, la de los políticos corruptos y los empresarios sin escrúpulos, que optan por mejorar su vida a cosa de empeorar las de los demás y que además están convencidos de que lo segundo es condición para lo primero; o la de los santos y los mártires, que deciden mejorar la vida de los demás a costa de sacrificar la suya, que, masocas ellos, estoy seguro que es lo que más les motiva, porque lo del bien común es mucho más abstracto que lo del daño propio, bien tangible. Pero en realidad y por fortuna en este caso hay una tercera vía real, nunca mejor dicho: mejorar la vida de los demás y de paso la propia puesto que nos consideramos sanamente uno más. A los primeros les llamamos inmorales o amorales y a los segundos desprendidos, pero morales sólo somos los terceros. La moral y la economía financiera casan mal, pese a la amistad entre Hume, fundador de una moral moderna independiente de la religión, y Adam Smith, el padre del liberalismo económico. 

Dicen que Margaret Thatcher siempre llevaba en su bolso su ejemplar de La riqueza de las naciones (pobre Smith, defendía un mundo sin fronteras para el comercio y acabó sus día de aduanero). Dudo mucho que ningún político español, pero especialmente los que claman por una moral colectiva lleven encima, hayan leído o siquiera sepan de qué va Diálogos sobre la religión natural. 

Fueron amigos. Dos escoceses que marcaron el pensamiento occidental desde el siglo XVII. Murió primero el moralista y el economista en su Carta a Strahan, dejó fijadas las últimas palabras de Hume: “Estoy muriendo tan rápido como desearían mis enemigos, si es que los tengo”, “y con tanta serenidad y alegría como podrían desearme mis mejores amigos”. Dos grandes de la ilustración escocesa.

viernes, 25 de mayo de 2018

Me duele España



No hay que ser de Bilbao, como Unamuno, para que te duela España. Y como me dolía España, especialmente en el costado izquierdo, he ido al médico que me ha mandado análisis y ecografías y este ha sido el alarmante resultado. 

¿Cómo hemos pasado de la Ejemplar Transición, modelo para próximas dictaduras que quieran acceder a la democracia, al denostado Régimen del 78? De acuerdo en que la primera y elogiosa denominación es una auto atribución de sus muñidores y que la segunda es autoría de unos jovencitos recién llegados a la política que no conocieron aquel proceso ni vivieron sus dificultades ni limitaciones. Pasamos de los fastos de 1992, el Tratado de Maastricht y el euro a los nubarrones actuales veinte años después, con la corrupción rampante y formando parte del sistema político y no su excepción, la grave crisis económica de 2007-2008, con la burbuja inmobiliaria, el 50% del paro juvenil, el exilio de casi toda la inteligencia productiva del país, el separatismo catalán y una Unión Europea viendo resurgir entre sus filas los partidos xenófobos o al menos euroescépticos, con una guerra antiterrorista mantenida y un presidente de Estados Unidos que es obvio que no está en sus cabales pero que atiende a intereses del oligopolio que le ha situado ahí. Una España menos optimista en un ámbito europeo de capa caída. Sólo es comparable este momento al de finales del siglo XIX con la pérdida de las últimas colonias, la guerra también perdida de antemano con el creciente coloso norteamericano y el regreso o restauración a regímenes autoritarios que terminaron conduciendo a nuestra Guerra Civil de cuyas consecuencias y atrasos aún no nos hemos recuperado del todo tras el prolongado aislamiento sufrido tras la derrota del Eje en la Segunda Guerra Mundial. Sin olvidar la última Guerra Carlista en forma de terrorismo etarra hasta hace nada. El único rasgo alentador es que en España pese a todo no ha aparecido un partido de extrema derecha al estilo del Partido de la Libertad en Holanda, el partido del Pueblo en Dinamarca o el Frente Nacional francés, tal vez porque está subsumido en el gran partido de la derecha española, el PP, y esa sería una de las pocas cosas que agradecerle al mismo. Poco a poco se ha ido sintiendo la rígida estructura piramidal de los dos principales partidos a izquierda y derecha que han impedido cualquier solución imaginativa a los grandes retos de cada momento, el surgimiento a su vez de otros dos partidos nuevos que han adquirido rápidamente los mismos defectos que los antiguos, la importancia excesiva en el discurrir del país incluso fuera de sus respectivos territorios de los partidos nacionalistas periféricos y la anómala complacencia de la izquierda por esos nacionalismos tan poco afines a la vocación internacionalista de las izquierdas habituales. La escasa división de poderes, la mala educación cívica y democrática de los españoles, el retroceso de algunos grandes logros del Estado del Bienestar, como la sanidad y la educación y la escasa calidad de los medios de comunicación y sobre todo de los estatales nada independientes del gobierno de turno y en especial de los de derechas, más el despilfarro en obras inútiles, costosas y especulativas. Ha habido un fracaso en la última revolución industrial en España que ha terminado adoptando un modelo productivo nefasto basado en sol y ladrillo, es decir, en turismo masivo de baja calidad, con empleos del mismo nivel, y la construcción/ destrucción del territorio por doquier. Sólo la situación de la mujer, la revolución de género puede considerarse un éxito sin paliativos y un ejemplo para los países de nuestro entorno. En el resto de frentes transversales: económico, medioambiental, laboral, formativo… hemos retrocedido.

El dolor persiste, mi médico me recomienda que aguante sin abusar de los calmantes, que haga viajes fuera para respirar otros aires y, por el contrario, que salga poco de casa.

miércoles, 23 de mayo de 2018

kapesani lametau


La fascinación ante una masa de agua se puede sentir de igual modo frente a la superficie inabarcable del océano o ante una humilde charca. Contemplar el agua ejerce una fascinación inagotable, relajante y a la vez incitante. Uno de mis recuerdos más imborrables, y han pasado más de treinta años, es navegar la estela de la luna en una goleta mientras sonaba la marcha del Nabucco de Verdi. Pero también las visitas que de niño hacía con mis primos a un charco que nos parecía insondable en el pueblo de Barajas, o mis escarceos por el río Alberche pescado alevines de bermejuelas con un pañuelo. Todas mis travesías por mar han resultado memorables, probablemente porque jamás me ha dado por embarcarme en uno de esos horriblemente horteras cruceros. Tampoco concibo mejor estimulo para meditar que una ventana frente a un horizonte marino.

Lo que vemos en una lenta gota de agua deslizándose por el cristal de una ventana, un charco temporal o un arroyo de montaña es igual de profundo y sutil que lo que puede entenderse en un barco en mitad del Atlántico. Los verdaderos ‘aquamen’ son los nativos del Pacífico, capaces de interpretar las más ligeras señales del agua para orientarse en las enormes extensiones marinas. Es lo que llaman kapesani lametau, el ‘habla del mar’. Y las enseñanzas se iniciaban con ‘simuladores’ en tierra firme, en barcas de piedra donde se aprendían a interpretar los vientos, el oleaje y las estrellas. No debemos olvidar que se puede ver el Pacífico en un estanque.

Las islas Marshall cercanas al ecuador en la Micronesia son de poca altitud y no se divisan hasta estar casi encima de ellas. Son de las más amenazadas por ser inundadas por el calentamiento global. En ellas han florecido auténticos eruditos lectores del agua. De hecho, los nativos no veían una uniforme superficie de agua en el océano, sino como los buenos cartógrafos ven una superficie de tierra, llena de accidentes e irregularidades. Las condiciones del agua cambian cerca de las costas, aunque no divisemos estas, varían con la profundidad, con la presencia de masas invisibles de tierra que afectan al oleaje; se aprende que hay unas direcciones de vientos preponderantes, unos ríos dentro del mar, las corrientes marinas que varían con las estaciones. Y no hace falta ser un nativo si uno es un buen marino. Es legendario el caso del capitán Fanning que se despertó en plena noche, subió a cubierta y mandó ponerse a la capa a la tripulación, el equivalente en el mar a frenar en seco. A la mañana siguiente apreciaron un arrecife que les habría hecho naufragar y que Fanning había sentido por el cambio en el comportamiento del agua mientras dormía.

Los aborígenes que habitan el desierto australiano conocen un fenómeno que llaman quatcha queandaritchika, que podría traducirse por “toda el agua de ha ido”. Literalmente cuando desparece un río por completo, que es el caso tristemente habitual del río Todd en Adelaida en la Australia meridional. Los europeos aprendieron a encontrar agua buscando los restos de hogueras de los nativos, lo que significaba que había acampado allí. El río de mi pueblo se seca completamente durante el estiaje, pero los aviones zapadores persisten en sus taludes y los martín pescador permanecen fieles a los tramos de río que controlan. Esos pájaros ribereños son para mí como las hogueras de los aborígenes australianos para los exploradores europeos, señales del agua donde aparentemente no la hay. Y además  está los bosques de galería, los sotos de mimbreras y sauces que marcan la capa freática próxima que escolta al río. 

Si tuviera que resumir este planeta, por mal nombre Tierra, en un solo objeto escogería una gota de agua.

domingo, 20 de mayo de 2018

Globalizar la libertad de expresión




El actual presidente de la todavía nación más poderosa del mundo utiliza sistemáticamente el lenguaje para provocar. Análogamente, los grupos terroristas lo utilizan para incitar a matar eficazmente. En Cataluña el nuevo presidente autonómico, que pasa por ser un intelectual porque ha escrito abundantemente, es un xenófobo declarado. Somos vecinos en un mundo conectado. Sin embargo, abundan las personas que rechazan los debates universales utilizando la libertad de expresión. “Usted cree eso, yo creo esto otro, no tiene sentido gastar más saliva”. O bien, “usted se equivoca, yo tengo razón, no hay más que hablar”. O bien, "yo lo hago así, usted hágalo como quiera”. En un mundo plagado de sus propios fanáticos intransigentes, la búsqueda de un universalismo más universal es una tarea urgente. Con los vuelos baratos y los teléfonos móviles inteligentes, todos somos ya vecinos, pero en ningún lugar está escrito que vayamos a ser buenos vecinos. Eso requiere un esfuerzo transcultural de la razón y la imaginación. Y el núcleo central de todo esto es la libertad de expresión. Sólo con la libertad de expresión puedo comprender lo que significa ser tú, la verdadera empatía. Comprender nuestras diferencias y por qué son lo que son.

El lenguaje tiene dos misiones contrapuestas: cooperar  con más eficacia en el interior del grupo en su lucha contra otros grupos, y salvar las diferencias con otros individuos o grupos sin utilizar la violencia. No se pueden pretender ingenuamente abolir los conflictos, a demás que el resultado sería un ‘mundo feliz’ espantoso, estéril y uniformemente desvaído. Pero todo conflicto puede manejarse pacíficamente, con diálogo y no con guerra.

Nunca nos pondremos de acuerdo. Tampoco hay por qué hacerlo. Pero debemos crear unas condiciones para acordar cómo discrepar. Isaiah Berlin sostenía que existe una pluralidad de valores, pero que no todos pueden realizarse por completo al mismo tiempo. Sin embargo, pese a los diferentes pensadores y culturas, la mayor parte de las personas, en la mayor parte de los países y culturas y en la mayor parte de las épocas acepta una parte de los valores comunes mayor de lo que comúnmente se cree. Lo que hay debajo de esas diferencias que tanto nos fascinan cuando viajamos a sitios remotos es algo común: lo humano. Hay que tender a cierta globalización también moral que siempre pasa por la libertad de expresión.