lunes, 17 de abril de 2017

La duda




En muchas ocasiones anteriores he defendido la duda. La duda sistemática desde Descartes y antes, con los ‘fisiólogos’ presocráticos, sobre todo cuando se superaron las convicciones medievales de que todo estaba dicho en los textos sagrados y no era necesario no sólo conocer nada más, sino preguntarse por ello. No me refiero, por tanto, al escepticismo empecinado y bobo que niega lo que los demás admiten por sistema, sino al individuo que busca respuestas a través de las preguntas. La ciencia, la forma de obtención de conocimiento más exitosa a lo largo de la historia se basa en la duda y en el arte de hacerse las preguntas apropiadas antes que en la mera técnica de responderlas. Como señaló Bertrand Russell, gran parte de las dificultades que atraviesa el mundo y la comunicación entre humanos se debe a los ignorantes que están completamente seguros, en tanto que los inteligentes están llenos de dudas.

Las redes sociales, en general, no han favorecido la comunicación real, porque propician ante cualquier hecho que desconcierta el exabrupto y la descalificación inmediata en lugar de la reflexión y la duda. Tomarse su tiempo, pensar dos veces no es lo propio de esta época. El escepticismo inteligente es siempre un ejercicio que conduce al conocimiento. Sus enemigos son, paradójicamente, el escepticismo sin criterio y la boba credulidad. Como señaló John Stuart Mill, no es libre el que se limita a sumarse a la mayoría, como no lo es el que se opone por sistema. Otro peligro es el de la dialéctica extrema de las dicotomía sin matices: bueno, malo; legal e ilegal, legítimo e ilegítimo, bello o feo, propio o ajeno, nosotros y ellos. Formas burdas de clasificar, encasillándola, la realidad. Para situarse en el sí o el no parece no hacer falta argumentos; soy independentista o unionista, soy de derecha soy de izquierdas, acepto o no acepto a los inmigrantes. Los matices exigen esfuerzo, la duda inquieta.

En el siglo XVI Lutero duda de la autoridad de la Iglesia, Montaigne se pregunta sobre todo y el descubrimiento de América descubre algo más importante que un continente: al otro. Montaigne piensa y explica breve y magistralmente cómo enfrentar a ese otro extraño cuyas costumbres chocan y nos parecen irracionales porque, simplemente, no son las nuestras. Lo dice claro, a  través de una sola pregunta, de una duda “¿Cómo se puede ser persa?”.

La democracia no es simplemente buena porque se opone a la tiranía, sino porque sirve para contrastar opiniones y obliga a escuchar al otro. O debería. Además, aprender a  dudar —por que a eso se aprende también— es asumir la fragilidad y la contingencia de la condición humana. Por eso no ayudan los expertos que armados de erudiciones específicas pontifican trayendo preparadas las respuestas de antemano, contraviniendo el sabio proceso del conocimiento y la duda.

La duda se parece a la tolerancia. Está bien tolerar lo que no nos gusta y nos incomoda, pero no todo es tolerable; no todas las opiniones son respetables, en todo caso lo son los opinadores aunque opinen mal. No podemos tampoco dudar de todo y empezar de cero a cada rato. No todo está mal hecho y tiene que ser revisado; o lo que hace el adversario político anterior hay que descartarlo sin más. El relativismo es otra forma de dudar, a la inversa que los fundamentalismos, que nunca dudan y son siempre irreconciliables con el resto. En ese sentido hay que interpretar la frase de Albert Camus de que “la justicia absoluta niega la libertad".

Noto como uno de los principales defectos de los modernos antisistemas esa actitud extrema sin dudas. Así, por importante ejemplo, su valoración de la Transición española, que en muchos aspectos fue ejemplar, moderada y eficaz. Sólo posteriormente aparecieron los vicios de la concentración de poder, los partidismos, el clientelismo, el corporativismo, la corrupción y las decisiones excluyentes, irreflexivas. ¿Por qué hacemos lo que hacemos? La virtud del arte, la filosofía, la ciencia, la literatura la música es también dejarnos perplejos, sembrar el desconcierto donde lo creíamos tener claro, estimular la curiosidad, dar valor a las explicaciones ajenas y a sus gustos, introducir complejidad en lo aparentemente simple. Aprender a dudar es aprender a vivir.

5 comentarios:

  1. Precisamente estaba pensando yo en algo parecido cuando alguien enlazó durante este finde este impresentable artículo en defensa del reiki:

    http://www.estrelladigital.es/articulo/espanha/reiki-terapia-complementaria/20170224150506313903.html

    En especial, el hecho de que nuestro articulista escriba "El reiki no es una barita mágica, pero ayuda", pero acabe este burdo ejercicio de publicidad con una cita de Einstein sobre tener "la mente abierta"*. No sabe distinguir entre varita y barita (o no sabe que varita es el diminutivo de vara), pero sí sabe citar a Einstein para crearse una imagen de intelectual contestatario. Eso fue lo que escribí, pero me dio por reflexionar que, en efecto, que todos estos contestatarios jamás han reflexionado sobre aquello que pretenden derribar y mucho menos sobre la supuesta solución perfecta que traen debajo del brazo. Y así, como mucho se darán un sopapo.

    *Algunos afirman que la cita sería falsa. Una primera búsqueda parece señalar que sólo la conocen los partidarios de esta superchería nipona... El mundillo de las citas falsas tiene al pobre Einstein como una de sus principales víctimas.

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    1. El post de tu enlace es una auténtica majadería y el blog en concreto una sarta de gilipolleces, pero mi post no iba de supercherías, sino de la duda

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    2. Es un artículo de un diario seguramente profesional, por desgracia. Y sí, pero digo que me ha recordado al respecto porque precisamente citas la opinión de Mill sobre quienes se oponen a todo: no son libres, porque piensan que todo se limita a negar los "dogmas oficiales", cuando ellos tienen sus propios dogmas, los cuales, no por tener menos seguidores, son menos inflexibles.

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  2. En efecto, en esta época escasea la “comunicación real” y no sólo en las redes sociales. Comunicarse supone, en primer lugar, esforzarse en entender lo que dice el otro y, desde luego, no contestar con el exabrupto. Tampoco con el argumento de autoridad, que descalifica el otro porque lo digo yo. Tienes razón, no se suele expresar la reflexión ni la duda en los medios de (mala)comunicación internáuticos (e incluyo los comentarios a los blog en dicho conjunto).

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    1. Estoy de acuerdo.

      También me parece (me parece) advertir que sigues dolido y lo lamento. No puedo hacer más

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Ansío los comentarios.Muchas cabezas pueden pensar mejor que una, aunque esa una sea la mía